El ángel de mis sueños y el eco de mi abuelita

Desde que mi abuelita partió, los días parecían más largos, y las noches, más silenciosas. Cada rincón de la casa parecía resonar con el eco de sus palabras sabias, sus risas llenas de vida y el suave olor a rosas que siempre la acompañaba. Ella fue mi refugio, mi lugar seguro, y ahora, su ausencia era un vacío que no sabía cómo llenar.

Una noche, mientras intentaba conciliar el sueño, sentí una extraña sensación de calma. El insomnio que me había acompañado desde su partida comenzó a desvanecerse lentamente. Cerré los ojos y, de repente, me vi en un jardín enorme, lleno de flores que no había visto nunca. El aire era suave, y una brisa ligera susurraba secretos que no lograba entender. En el centro de ese jardín, había un banco de madera, y sobre él, una figura que irradiaba una luz cálida y reconfortante.

Me acerqué con cuidado, sintiendo un extraño pero familiar magnetismo. El ángel tenía alas plateadas que brillaban bajo la luz de un sol que no quemaba, sino que acariciaba. Su rostro, sereno y lleno de paz, me observaba con dulzura. Cuando por fin me atreví a mirarlo más de cerca, me di cuenta de que sus ojos, profundos y brillantes, me resultaban conocidos. Y fue entonces que lo entendí: ese ángel era mi abuelita.

No era exactamente su forma física, pero el amor, la ternura y esa presencia que siempre me había dado seguridad estaban ahí. Me senté a su lado, y aunque no dije una palabra, ella lo entendió todo. Sus alas se desplegaron lentamente, rodeándome como un abrazo etéreo. Sentí cómo mi corazón, que llevaba tanto tiempo pesado por su partida, empezaba a sanar.

El ángel no habló, pero dentro de mí resonó una voz que era inconfundible. “Siempre estaré contigo”, decía, como si sus palabras fueran un eco en mi alma. “No me he ido, solo he cambiado de forma. Y cada vez que me necesites, cuando te sientas perdido o solo, ven aquí, a este jardín en tus sueños. Te estaré esperando”.

Las flores del jardín comenzaron a bailar suavemente con la brisa, y de alguna manera, sentí que mi abuelita me estaba mostrando que la vida, aunque llena de ausencias, sigue floreciendo. Que su amor no había desaparecido, solo se había transformado en algo más grande, más brillante, más eterno.

Esa noche desperté con lágrimas en los ojos, pero ya no eran lágrimas de tristeza. Eran de gratitud, de saber que ella seguía conmigo, guiándome desde un lugar más allá de este mundo. Desde entonces, en mis sueños, el ángel aparece de vez en cuando, siempre en el mismo jardín, siempre con el mismo amor.

Y sé que aunque el tiempo pase, siempre habrá un lugar en mi corazón donde mi abuelita, ahora un ángel, estará esperando para abrazarme cuando lo necesite.

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